Comienzo este Post con una reflexión de Guy Winch.
Al hacerme psicólogo, empecé a notar un tipo de favoritismo relacionado con nosotros mismos. Se trata de como valoramos mucho más el cuerpo que la mente.
Empleé un buen número de años en la universidad para ganar mi doctorado en psicología, y ni puedo deciros cuántas personas miran mi tarjeta de presentación y dicen: “Oh, un psicólogo, así que no es un médico de verdad”,
El favoritismo que mostramos del cuerpo sobre la mente lo veo en todas partes. Hace poco estuve en la casa de un amigo y su hijo de 5 años se estaba preparando para ir a la cama. Estaba sobre un taburete junto al lavamanos, cepillándose los dientes, cuando se resbaló y se raspó la pierna con el taburete al caer. Lloró durante un minuto pero luego se levantó, regresó al taburete y alcanzó una caja de tiritas para ponerse en la herida. Este chico apenas podía atarse los cordones de los zapatos, pero sabía que uno tiene que cubrir una herida, si no se infecta, y tiene que cepillar sus dientes al menos 3 veces al día.
Todos sabemos cómo mantener nuestra salud física y cómo practicar la higiene dental ¿verdad?. Lo hemos sabido desde que teníamos 5 años de edad. Pero ¿qué sabemos sobre el mantenimiento de nuestra salud psicológica? Bueno, nada. ¿Qué enseñamos a nuestros hijos acerca de higiene emocional? Nada. ¿Cómo es que pasamos más tiempo cuidando nuestros dientes que nuestras mentes?
¿Por qué es que nuestra salud física es mucho más importante para nosotros que nuestra salud psicológica? Tenemos lesiones psicológicas aún más a menudo de lo que tenemos físicas, lesiones como el fracaso o el rechazo o la soledad. Estas pueden empeorar si las ignoramos y pueden afectar nuestras vidas de un modo dramático. Y aunque existen técnicas científicamente probadas que podríamos usar para tratar este tipo de lesiones psicológicas, no lo hacemos. Ni siquiera se nos ocurre que deberíamos hacerlo.
“Oh, ¿estás deprimido? Solo quítatelo de encima, todo está en tu cabeza”. ¿Te imaginas diciendo a alguien con una pierna rota?: “Oh, simplemente sal a caminar; todo está en tu pierna”.
Es hora de que cerramos la brecha entre nuestra salud física y psicológica. Es hora de hacerla más igualitaria y de ocuparnos de nuestras mentes.
No puedo estar más de acuerdo con Guy Winch. Hoy en día, ir al psicólogo continúa siendo algo “exclusivo” o una opción a la que muy pocas personas recurren a pesar de necesitarlo. Es un hecho que muchas personas buscan ayuda psicológica únicamente cuando el nivel de malestar o sufrimiento que padecen resulta insoportable.
La gran mayoría de personas contemplan la ayuda psicológica como última opción y acuden a consulta cuando el problema está ya firmemente instaurado lo cual es un grave error. Cuanto antes se aborde el problema más rápido y efectivo resultará el tratamiento y mejor será el pronóstico del mismo.
En muchas ocasiones, las personas no saben dónde está el límite a la hora de pedir ayuda y, durante un tiempo, se cuestionan si es adecuado o no buscar ayuda psicológica para poner solución a aquello que les preocupa o angustia. Con frecuencia, las personas se preguntan: ¿lo que me sucede es realmente un problema o es algo normal? ¿es motivo para ir al psicólogo? ¿podrá ayudarme o voy a perder tiempo y dinero?
Ante este tipo de cuestiones mi respuesta siempre es la misma: aquello que te sucede pasa a ser importante y merece atención en el mismo momento que te causa malestar y dolor. Las preocupaciones o los problemas que tienen las personas son muy diversos, a cada uno de nosotros nos angustia o preocupa cosas muy distintas. Pero hay algo claro, si lo que te sucede te produce sufrimiento, es necesario que pases a la acción y hagas todo lo necesario para revertir la situación.
En varias ocasiones, las personas a las que he atendido, me han transmitido que si hubieran sabido antes en qué y cómo podía ayudarles un psicólogo, habrían pedido ayuda mucho antes.
En mi opinión, para ir al psicólogo, es suficiente con que se produzca una sola de las situaciones que a continuación indico:
1. Sientes que no tienes control sobre tu día a día (acontecimientos diarios).
2. Empiezas a somatizar (diversos dolores, en función de las características de cada persona) o a tener ataques de ansiedad (presión en el pecho, aceleración del ritmo cardiaco, hiperventilación o respiración muy superficial y acelerada, sudoración…).
3. No tienes control sobre las emociones (llanto, rabia, angustia, tristeza, desolación, sentimientos de impotencia, desesperanza…).
4. Te encuentras en una situación límite, que no sabse resolver o no tienes fuerza para afrontar (Problemas graves de pareja, hijos o trabajo).
5. Sientes que tu área emocional te arrastra y no eres capaz de analizar las cosas con objetividad y actuar inteligentemente.
6. Estás lleno de pensamientos negativos, catastrofistas, obsesiones o fijaciones… que te impiden vivir la vida con normalidad.
7. Deseas que la vida se acabe y sientes que no tiene sentido tu papel en este mundo.
8. Sientes una agresividad que eres incapaz de controlar, y sabes que se puede desencadenar en situaciones límite.
9. Piensas que todo el mundo está en tu contra.
10. Tienes grandes dificultades para descansar, conciliar el sueño, desconectar de situaciones, y no puedes vivir la vida con normalidad.
En definitiva, «no hace falta estar en una situación excepcional o extrema. Cuando sientas que necesitas ayuda en tu vida diaria porque no sabes cómo afrontar la situación que estás viviendo, ahí es donde es aconsejable recibir atención psicológica especializada».